Palabras Claves: reflexión, padres, hijo
Jesús era un hombre casi perfecto. Era el ideal de muchos otros, su vida entera estaba entregada a cuidar, atender y solucionar los conflictos de los demás, principalmente los de su madre. No sabía mucho de su padre, José, ni siquiera tenía una clara idea de qué había sido de él: había escuchado versiones de que los había abandonado cuando era pequeño, de que había muerto, o de que ni siquiera era su padre. Sea como fuere, Jesús se había olvidado de su padre, no existía en su cabeza. Era tanto lo que hacía por los otros que no tenía tiempo de pensar quién era su padre o qué sentía de ser un huérfano.
Desde pequeño, había desarrollado una gran fe en su Dios, le llamaba padre, y cuando estaba agotado o sin fuerzas, pedía que lo ayudara. No tenía parejas, de hecho no tenía tiempo para estar con una mujer, y las mujeres que había conocido no le parecían lo suficientemente buenas, se lamentaba que no hubiera otra como su madre: una mujer irreprochable, abnegada, entregada por igual a él y a todos los demás. A veces fantaseaba un poco con la idea de ser un hombre como los otros, tener una familia e hijos, pero luego se consolaba diciendo que esa no era su misión en la vida. Su misión era más grande y valía la pena el sacrificio, fuera el que fuera.
Jesús aguantaba todos los sacrificios, no importaba si se trataba de quedarse sin alimento por darle a los otros o recibir golpes de las personas que no estaban de acuerdo con su fe. Jesús sabía que su muerte sería un hermoso sacrificio que ayudaría a su madre, a todos sus hermanos y a todo aquel que lo escuchara.
Un día, acomodando unas cosas en casa, encontró una vieja caja de madera, con curiosidad la abrió y se encontró con unos escritos, comenzó a leerlos y se dio cuenta de que era un diario. Contaba la historia de un hombre, sus padres, sus abuelos y la mujer de la que se había enamorado. Era la historia de un hombre común y corriente como todos los hombres.
Interesado por la lectura, Jesús pasó varios días leyendo las aventuras comunes de ese hombre común. Había sido nieto, hijo y luego se había casado y había sido padre. Se había enamorado de una mujer y esta mujer se había enamorado de él con pasión. Se podía ver que la mujer no era nada fuera de lo normal: era una mujer común y corriente con sueños, deseos, necesidades, pasiones, y todo eso era lo que el hombre del diario había valorado más en ella, su vulnerabilidad, su humanidad.
Sí, habían hecho sacrificios, pero se podía notar en su escritura que era una pareja que se habían atendido primero a sí mismos, se habían escuchado y habían sido capaces de compartir con ellos y con otros ese amor que se daban. No era la vida de un héroe, no estaba ahí para salvar a su madre, a sus hermanos, a su pareja, a sus hijos. No estaba ahí para salvar a nadie, sólo había venido a vivir, a vivir su propia vida y a compartirla con amor con otros. La lectura de esos escritos cambió la visión de Jesús; sobre todo cuando se enteró que ese diario de un hombre común lo había escrito, José, su padre.
