Palabras Claves: reflexión, mujer, autoestima, amor
Cierto día me detuve en el espejo de mi baño, y vi a una mujer mayor, sin sueños, con la rutina de toda la vida y me di cuenta que me había levantado quince minutos más temprano. Me había olvidado cuando despertaba hace unos pocos años sonriente y me animaba a mí misma diciendo que ese día sería mejor que el anterior.
Ahora tengo 45 años pero me siento de noventa, desesperada porque no he culminado muchas cosas. Aquellos sueños se quedaron desparramados por la vida sin poderlos realizar por falta de tiempo. Vi mi rostro cansado, mi cuerpo sin vitalidad, mi cabello sin brillo y mi salud descuidada. Y caí en cuenta de algunos hechos que me estaban ocurriendo: mi marido tenía una reunión de trabajo, se fue y ni me avisó; mi hijo de doce años no me obedecía; el de dieciocho me consideraba ridícula porque no soy una madre moderna para él; y mi hija de quince solo me buscaba cuando necesitaba algo.
Un día nos miramos de reojo en el vidrio de una vitrina y vemos una imagen reflejada que no es la nuestra. Ese día nos vemos recordando la persona que fuimos sepultando lentamente y no hicimos nada para revivirla. La pareja, la familia, los hijos, el gato, el perro, el canario, la casa, las compras, el trabajo, el auto, la limpieza, las camas bien tendidas, el orden… Y allí debajo una mujer que se mueve con amor, con sensibilidad, con vocación, pero quien dejó que lentamente todo la superara; y se quedó allí, en ese lugar, viendo pasar la vida de los otros; en otras palabras, se olvidó de sí misma.
Por eso, a partir de ese día, me dije: seré primero yo, y lo quiero compartir con ustedes. Nunca es tarde para cambiar: tarde será cuando me muera.
Decidí establecer una rutina de autocuidado y amor para mí misma: me empecé a levantar quince minutos antes, me miraba en el espejo y me decía: ¿te gusta esa mujer o deseas ver otra?
Así empecé y las cosas cambiaron muchísimo. Pero no fue fácil. Me costó levantarme temprano para cepillarme bien el cabello y arreglarme como para ir a trabajar. Renuncié a mi trabajo de diez años, que aún extraño, y empecé a ir al gimnasio; después bajé de peso, cambié mi forma de vestir y hasta mi esposo, asombrado, me invitó un día a cenar para preguntarme si nuestro matrimonio continuaba bien o yo tenía un amante. Me reí y entonces le dije, sin vacilar:
—Sí. Tengo otro amor que me llena completamente… Y ese amor soy yo; soy otra mujer porque soy la mujer «primero yo».
¿Si lo ven? Pensemos que ese cuidado a nosotras mismas y esa dedicación serán la medicina mágica que hará que nuestra autoestima crezca. Si nos despreciamos nada estará bien en nuestra vida. Mi existencia es una piedra preciosa, pero soy la única que puede hacer que se destaque por su brillo, o dejar que se apague para siempre. Por eso quiero decirles a mis amigas que nunca olviden que nadie las amará ni las valorará si ustedes no piensan en ¡primero yo!
