Llamara turquesa

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Palabras Claves: reflexión, ego, aprendizaje

Un joven dragón estaba orgulloso de sus brillantes escamas color turquesa, de la fuerza creciente de sus garras, de la flexibilidad de sus alas; que le llenaba de alegría saberse hermoso, fuerte y libre. Se llamaba Nûli.

Se sabía joven y se daba cuenta que aún había tantas cosas por aprender, que su mente aún no tenía la sabiduría de los antiguos dragones de antaño, que a su corazón aún le faltaba crecer y florecer. Pero esto no le preocupaba, vamos ni siquiera pensaba en ello, lo que turbaba sus sueños de felino, ave y reptil era darse cuenta que por más que lo intentaba el fuego no acudía a su llamado. Y Nûli era un dragón de fuego.

A pesar de su agilidad para moverse por los aires, de las miradas de admiración que despertaba cuando humanos, montañas y dragonas lo miraban pasar arrogante entre las nubes, su sensación de insatisfacción crecía. Sabía claramente que a su edad la mayoría de los dragones ya lanzan llamaradas y él en sus momentos de mayor inspiración lo único que lograba convocar era un chispazo fugaz y un poco de humo.

Pero ni esfuerzos, insatisfacciones, enojos, ni tristezas hacían que el fuego llegase. Incluso se podía decir que mientras más lo intentaba mas estrepitosamente fracasaba, que la cantidad de esfuerzo era proporcional a la pobreza de su llama. Había intentado de todo, fortalecer su abdomen, concentrar su ira, generar poderosos pensamientos de amor y hasta comerse una buena dotación de chiles habaneros, pero se resistía a buscar ayuda. Seguramente ya lo sabes, pero no está de más decirte que el pueblo dragón es un pueblo orgulloso, seguro de sí mismo, poderoso, y este bellísimo dragón turquesa no era la excepción; para él era una señal de debilidad solicitar apoyo, apenas si podía recordar las pocas veces que con voz baja, sin mirar a los ojos había aceptado que no podía y finalmente había pedido ayuda.

Afortunadamente – para él, para la multiplicación del fuego y para las historias del viento – esta vez la insatisfacción fue más grande que el orgullo. Así que reuniendo todos los pedacitos de humildad con que contaba se deslizó a un trance de dragón. El antiguo ritual en el que los dragones miran hacia adentro, en el que contactan con su respiración, en el que se sumen en una profunda relajación y recorren el camino que lleva hasta Wu-Wei: el Gran Dragón. Nûli siguió paso a paso el ritual, dijo las palabras correctas, respiró como sabía hacerlo y de pronto, sin más, se encontró frente al gigantesco dragón dorado, con él que iba más allá de las divisiones entre dragones de aire, de fuego, de tierra y de agua.

No era la primera vez que acudía ante Wu-Wei, pero esta vez iba más dispuesto a escuchar, a aprender, a pedir y a agradecer la ayuda. Así que dentro de aquel trance el dragón turquesa y el dragón dorado se comunicaron con nueva profundidad, de un modo aún más libre y natural, y quien sabe de qué forma pero las palabras ahí dichas fueron como esos remedios caseros que alivian, aunque nadie sabe cómo.

La solicitud de apoyo fue respondida y Nûli fue mandado a explorar las enseñanzas de la Tierra, el Cielo y el propio Fuego. Wu-Wei se despidió diciendo “Claro que tendrás mayor dominio sobre el fuego, pero debes permitir que sea él quien te domine, y si te parece que te lleva por un camino nunca antes pisado, no emprendas el regreso”

La Tierra guarda, preserva, cambia lentamente, da vida, así que es una gran maestra de conocimiento. El tiempo que pasó con ella fue el más largo de todos, estudiando, aprendiendo, escuchando, practicando, desmenuzando con mente y cuerpo de dragón todo lo que la Tierra ha guardado sobre el fuego. Vaya que sabe la Tierra sobre el fuego, dicen que su propio corazón es una gigantesca esfera en llamas. Nûli tuvo que aprender y desaprender, darse cuenta que su conocimiento hasta ese momento había sido sólo superficial, desarrolló dedicación de enamorado y humildad de aprendiz.

Hasta que finalmente llegó el momento de despedirse, de reunir en su corazón todo lo que había aprendido y aunque aún no convocaba al fuego, se sintió profundamente agradecido. La Tierra lo invitó a que ahora buscase al Cielo y alcanzó a despedirse diciendo “Sólo recuerda que nadie ha conocido ni conoce nada inmediatamente: lo que creemos conocer de pronto, ha vivido – tal vez dormido – largo tiempo con nosotros. Lo que importa en realidad es la sabiduría escondida que habita dentro nuestro”.

Extendiendo sus alas el dragón se elevó rumbo al Cielo, el lugar de descanso de estas impactantes criaturas. El Cielo es espacio abierto, invita a liberar y a soltar, a disolver los límites, a descansar profundamente, sin duda es un maravilloso maestro que amplía la visión. Nûli pasó su tiempo con el Cielo soltándose y fluyendo, disfrutando enormemente las figuras que forman las nubes al moverse, mirando desde arriba montañas, valles, ríos y bosques, jugando con su cuerpo, dibujando figuras turquesa con sus escamas, percibiendo aromas lejanos y cercanos, sintiendo la caricia del aire, del sol y de la nube. Nunca supo si fueron instantes, días, meses o años los que le tomó este entrenamiento, ya que carece de sentido medir el tiempo que se pasa con el Cielo; lo que ocurrió ahí fue que del modo más natural, se olvidó de esfuerzos, de aprendizajes previos, de Wu-Wei y de la Tierra, de su deseo de convocar llamaradas en su aliento, incluso se olvidó de sí mismo.

Hasta que un buen momento sintió que era el Fuego quien lo llamaba a él, sintió la calidez en las escamas que siempre genera el llamado del Fuego, así que lleno de gratitud por su maestro se despidió de él, mientras que del aire o de la nube surgían las palabras del Cielo: “Viaja libre, suéltate a la vida, date cuenta de que existe una realidad y de que tú eres esa realidad. Cuando por fin entiendas esto, sabrás con certeza que tú no eres nada. Y al ser nada, eres absolutamente todas las cosas”

Con inmensa sonrisa de dragón, Nûli se dejó caer en picada – emocionado – rumbo al santuario del Fuego. El Fuego es danza, es baile hipnótico, es poder transformador, es energía creativa, brinda luz y calor, o destruye ante la falta de atención, sin lugar a dudas es un maestro de cuidado. Recién llegado Nûli, el dragón, la serpiente-águilafelino de brillante color azul verdoso, escuchó la pregunta del Fuego “¿Cuánto placer eres capaz de soportar?” y sin más Fuego y Dragón comenzaron a danzar, se fundieron en un baile, unieron cuerpos y mentes al ritmo de la incesante melodía de la llama universal. La danza del Fuego resulta indescriptible, las palabras no alcanzan a relatar lo que ahí pasó.

Azul, verde, rojo brillante. Chispas, destellos, llamaradas, flamas sutiles. El baile se hacía juego en ocasiones, disfrute infantil, luego se tornaba explosión sensual, dejando que sensaciones desconocidas surgieran, diversión, placer. Hacían el amor, acariciándose, subiendo como el rayo para después envolverse en cálidas sensaciones de bienestar. Amarillo, escarlata, turquesa, cian. Energía interior, pasión, chi, entusiasmo, prana, alegría, gozo que todo lo permea.

De pronto ¡la llama! el fuego convocado sin esfuerzo, nacido del disfrute. Potente explosión turquesa surgiendo desde el corazón de Nûli, quien dejó de tener garras, de ostentar escamas, de agitar las alas, ya que cual centella sólo fue calor y resplandor. El dragón se quedó danzando, disfrutando de su fuego, deleitándose en el amigo recién encontrado.

Finalmente supo que era momento de regresar a casa. En su despedida el Fuego dijo “no hace falta que lo ponga en palabras, observo que tu corazón ya lo sabe” e hipnóticamente danzó la siguiente frase: “Si en algún momento tienes dudas, por favor recuerda: entre placer y perfección, elige siempre placer” y Nûli sonrió su gratitud.

El regreso del dragón que encontró su llama fue sencillo, percibió el fuego, miró al cielo, tocó la tierra y se reencontró con el gigantesco dragón dorado. Volvió a percibir su cuerpo, a escuchar los sonidos del mundo, movió ligeramente sus escamas – que ahora brillaban de una forma nueva – y feliz salió de su trance de dragón.

Dicen que lo más hermoso de esta historia no fue sólo que Nûli pudo empezar a convocar turquesas llamaradas, si no que nunca olvidó el camino. Que grabó para siempre el sendero que lleva del deseo a la humildad, de la humildad al gran dragón, de Wu-Wei a la Tierra, de ahí al Cielo y de ahí sonriendo en picada hasta el Fuego.

Que sigue danzando con frecuencia y que tal vez un día me lleve a verlo.

 

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