Palabras Claves: reflexión, diferente,
En un sitio, algo les paso a los hombres (y también a las mujeres). Por alguna rarísima razón habían optado por el gris.
Les encantaba la uniformidad, se fascinaron con la monotonía, sus obras – construcciones, empresas, escritos, obras de arte, charlas y hasta sus comidas – se fueron volviendo más y más grises. Y lo más curioso es que esto les pareció un gran avance.
Poco a poco ellas y ellos también se fueron volviendo grises, incluso los niños y los viejitos fueron obligados a parecer plomizos, sólo a parecer ya que con ellos no se podía hacer más – su esencia, mientras la tuvieran siempre sería colorida – pero al verlos grisáceos aquellos hombres y mujeres pensaron que les estaban haciendo un gran favor.
Con el tiempo incluso crearon terribles instituciones encargadas de preservar la pureza de la griseidad. Los adustos integrantes de estas instituciones eran los más grises de todos, sombríos, aburridos, cenicientos. Habitaban en el más gris de los palacios, en el terrible palacio-sombra, donde investigaban a cualquiera que pudiese parecer ya no digamos colorido, si no tener el más ligero rasgo de color. Desde ahí – y por bien de su borrosa sociedad – decidían cual sería el castigo para los sacrílegos coloridos, aquellos que por naturalísimas razones se seguían regodeando en el verde, el azul, el rojo y hasta el morado. Dicho castigo normalmente llegaba al extremo de ser quemado no en leña verde, si no en leña gris y cuando sólo quedaban humo y cenizas del colorido rebelde, los inquisidores de la griseidad se sentían tan orgullosos al mirar que los restos de ese ser tenían el más bello color de todos: gris muerto.
Las medidas para asegurarse del control completo de los habitantes de su vasto territorio fueron múltiples: la educación se volvió un santuario gris, los medios de comunicación cantaban loas a la belleza del acero, de la ceniza y del humo, al tiempo que lanzaban terribles diatribas en contra de esos sucios colores que manchaban la monotonía, en las fiestas el color del buen gusto era el gris Oxford, se hacían elecciones de cuando en cuando sólo para elegir al más gris de los candidatos. “Uniformidad, Orden y Monotonía” se convirtió en el lema de esa desdichada sociedad.
Sin embargo el país era grande y aunque había zonas donde la opción por el gris no había generado demasiadas quejas, también había sitios por naturaleza exuberantes donde costó más trabajo imponer estas medidas.
En una de esas tierras habitaba una bellísima mujer, fruto de la ancestral mezcla de razas. El color de su piel era brillante como pulido bronce, rojizo su cabello, sus ojos del color del jade, las tonalidades de su voz evocaban una fértil danza de colores, le gustaba pasearse con entallados vestidos color del mar y con brillantes joyas de rubí, de esmeralda y de turquesa, cuando caminaba el sutil aroma del huele de noche parecía envolverla. Sin embargo lo más bello de esa mujer nunca fueron sus joyas, sus ropajes, su aroma a flores, ni siquiera su precioso cuerpo, lo más hermoso de la mestiza de mar y selva – como era conocida – era su escarlata corazón.
La mestiza siempre estaba dispuesta a ayudar, había heredado una gran fortuna y aunque se cuenta que tuvo torrenciales amores nunca se casó. Así que cuando alguien tenía necesidad, la mestiza siempre tendía la mano, regalaba alguna joya, prestaba algún dinero, daba de comer o de beber, y cuando la necesidad no era del cuerpo entonces su escarlata corazón era él que hablaba y sus palabras sanaban a hombres y a mujeres.
No sabemos cómo fue, pero noticias de la mestiza de mar y selva llegaron finalmente hasta el palacio-sombra. Tal vez fue la envidia, el despecho o el miedo los que alimentaron las palabras que llegaron hasta la fortaleza gris, pero ahí los adustos hombres escucharon la inaceptable exhibición de color que hacía esa mujer, decían que cada tonalidad y cada matiz estaba en ella, la tildaron de rebelde, de inadaptada, de transgresora de la griseidad, de tener pactos con demonios que la mantenían joven, bella, rica. De otro modo no se podía explicar que a pesar de ayudar a tantos siguiera viviendo en la abundancia, se escucharon rumores de que tuvo amores con hombres que ahora eran ancianos y que ella no envejecía, muy al contrario seguía fuerte, hermosa, joven, llena de vida, incluso les llegó el decir que en las noches sin luna se le veía volar bailando, brillando en sus colores, gozando y riendo. Esto era totalmente inaceptable.
En fin, los hombres de la capital mandaron apresar a la mestiza, fueron por ella los guardias grises en sus grises caballos. Cuando llegaron ella los estaba esperando, altiva, sonriente, brillante su piel color de bronce, su más bello vestido azul, esmeraldas, rubíes y turquesas en sus joyas, y envolviéndola suavemente el delicioso aroma al huele de noche. No se resistió, le quitaron joyas y vestidos, le pusieron cadenas, la cubrieron con un saco de yute para ocultar y raspar su cuerpo, le dirigieron una acerada mirada de soberbia, de desdén, de engañosa superioridad y -¿por qué no
decirlo? – también de miedo.
Después de un largo viaje llegaron a la gris capital, a empujones la condujeron hasta la más triste de las celdas donde esperaría el resultado de su juicio, resultado que ella conocía por anticipado a la perfección, sería quemada en leña gris. Un guardia temeroso abrió la puerta de su celda, la empujó dentro mientras un rayo de luz desgarraba brevemente la oscuridad y sin más, cerró la puerta nuevamente. La mestiza de mar y selva se sentó en la oscuridad y enigmáticamente seguía sonriendo, esperando lo que sabía que habría de llegar.
Sin embargo mientras esperaba, cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad descubrió un escaso haz de luz filtrándose entre dos de las grises rocas que formaban la pared de la celda e iluminado por esa insuficiente luz pudo ver un pedacito de carbón.
Así que durante los días y las noches que siguieron la bellísima mujer, mientras aguardaba el momento en que fuese sentenciada, se puso a dibujar con el pedacito de carbón. Líneas, formas, trazos, figuras poco a poco fueron llenando una de las paredes de su celda.
Finalmente el día de la sentencia llegó. Uno de los guardias fue por ella, abrió la puerta y no pudo evitar dar un grito de miedo y de sorpresa. Ella estaba de pie, más hermosa que nunca, ataviada con sus joyas, su vestido azul, su radiante sonrisa, su rojizo pelo, su brillante piel, su corazón escarlata, el aroma del huele de noche. El guardia gritó aterrorizado “Eres una bruja, ¿Cómo te atreves? ¡Tienes que ser gris! ¡Tienes que ser gris!”, pero la mestiza sin perder su sonrisa, le respondió casi cantando “No tengas miedo, mejor disfruta del dibujo que he estado haciendo en estos días”
Sólo entonces el guardia volteó hacia la pared, y su miedo aumentó. En el muro de la celda estaba dibujada una exuberante selva con todas las tonalidades del verde, al fondo el más azul de los mares, el sol brillando entre rojo y amarillo. Conforme el guardia lo miraba estupefacto descubría más detalles, más colores, más vida, y en el mar de fondo con todo detalle un bellísimo navío. En el piso, el pequeño pedazo que quedaba del gris carbón que permitió el dibujo. “Observa bien este dibujo y dime ¿Qué le hace falta a ese barco para poder navegar?” preguntó la mestiza con una voz aún más colorida que la pared de la mazmorra.
El guardia no pudo evitar mirarlo impresionado por sus detalles “No le hace falta nada” dijo con voz temblorosa “Ese barco es totalmente perfecto” “Fíjate bien ¿qué necesita para poder zarpar?” preguntó nuevamente la mujer. “Quizá, viento que hinche las velas” respondió el guardia.
Entonces la mujer dio un salto hacia la pared, se hizo pequeña, sobrevoló la selva danzando y cantando, con un ágil giro se transformó en un fuerte viento imaginario que sin esfuerzo alguno hinchó las velas y deslizó el barco pared adentro.
Cuentan que ese día el carcelero se volvió loco y que por más que intentó seguir siendo gris, nunca pudo conseguirlo. De eso no tiene certeza el viento, lo que sí sabe es que si alguna vez decides visitar el palacio-sombra y te atreves a llegar hasta la más gris de las mazmorras es probable que en el piso observes un pequeño trozo de carbón, un ligero reflejo escarlata saliendo del muro y si pones aún más atención tal vez percibas el sutil aroma del huele de noche.
