Palabras Claves: reflexión, humildad, servicio, solidaridad, positividad
La princesa estaba enferma, nadie sabía qué enfermedad le aquejaba, pero cada día que pasaba estaba más triste, más débil, más gris. Y el rey, su padre, como todo padre, se encontraba preocupado, no sólo porque era su heredera, sino porque la amaba profundamente. Así que hizo lo que la lógica dictaba, mandó llamar al médico real.
El doctor la auscultó, le tomó los signos vitales, revisó sus ojos, su lengua y su piel y recetó lo que se receta en esos casos. Media pastillita, de esa, de la pequeñita y blanca, todas las mañanas con medio vaso con agua; dos capsulitas de aquellas, de las que son la mitad amarilla y la mitad roja, al medio día, antes de comer; y por las noches, la otra mitad de la pastillita blanca. La receta se siguió religiosamente, durante quince días, media pastillita en la mañana, dos cápsulas de colores al medio día y la mitad que quedaba de la pastilla mañanera durante las noches; empero, la princesa no sanaba, cada vez más débil, más triste, más gris.
De esta suerte, el rey al no encontrar resultados en la lógica decidió recurrir a la magia, mandando llamar al hechicero de palacio, ya que como seguramente sabes, no hay rey que se jacte de serlo, que no tenga un hechicero, brujo, chamán o incluso un duende en su nómina.
Así que el hechicero visitó a la princesa, caminó alrededor de su cama varias veces, primero en un sentido y luego en el contrario, dijo unas palabras en un idioma que lleva largo tiempo olvidado, se le quedó mirando y recetó que se pusieran cuarzos y gemas en agua a la luz de la luna y que la princesa le diera un traguito a esa agua durante veintiún días justo a la hora del ángelus. Estos pasos se siguieron a pie juntillas, los mejores cuarzos, las más bellas gemas, el agua más pura, los veintiún días justo a la hora del ángelus; sin embargo, la princesa no sanaba, cada vez más débil, cada vez más triste, cada vez más gris, cada vez como un poquito más para allá y un poquito menos para acá.
Como puedes imaginar el rey estaba más y más preocupado, olvidándose de sus responsabilidades, ausente en sus reuniones, sólo pensando en la salud de la princesa. Hasta que un día hizo lo que algunos hacen al estar preocupados: salir a caminar, caminar sus pensamientos, dar pasos con su preocupación y curiosamente al ir sumido en su propia mente, alcanzó a escuchar, a lo lejos, la voz de una anciana que decía (nunca supo a quién): “Pero es tan sencillo, si tan sólo el rey supiera. La princesa sanará con sólo probar la manzana de la curación”
El monarca no había terminado de escuchar la frase, cuando regresó apresurado a palacio y mandó poner un edicto en todos los rincones del reino, donde informaba que aquel que llevara la manzana de la curación y sanara a la princesa, se casaría con ella y por tanto se convertiría en el heredero al trono. Sin lugar a dudas la comunicación real surtió efecto, ya que empezaron a llegar manzanas y más manzanas a palacio. Manzanas rojas, verdes y amarillas, manzana golden, manzana stark, manzana de Chihuahua, manzana de la sierra, de esa que es más chiquita y un poco ácida, también pastel de manzana, manzanas al horno, ensalada de manzana, manzanas rellenas, hasta un lechón con una manzana en el hocico; pero ahora la princesa ya no sólo estaba triste, ya no sólo estaba débil, ya no sólo estaba gris, sino que se había empachado, comía manzana en el desayuno, en el almuerzo, en la comida, en la merienda y hasta en la cena.
Mientras todo esto ocurría en palacio, cerca de ahí había un hombre que tenía un huerto de manzanas y tres hijos, el hijo mayor, el hijo de en medio y el hijo más pequeño, como pasa a veces con los hombres que tienen tres hijos. Al enterarse del edicto fue con su hijo mayor y le dijo: “hijo, por qué no llevas manzanas a palacio, quién sabe, tal vez tengas suerte y consigas sanar a la princesa. Ya es momento de ir cambiando el burro por caballo”
El muchacho lo pensó un poco – pues estaba comprometido – pero entre un matrimonio feliz y todo un reino, decidió llevar manzanas. Así que fue al huerto, llenó todo un costal pensando que mientras más manzanas llevara más posibilidades tendría de que alguna fuese la manzana de la curación, se echó el costal al hombro. Ahí iba rumbo a palacio, cuando en el camino se encontró con una vieja mendiga, que se le quedó mirando – con esa mirada que tienen las ancianas – y le preguntó “hermoso muchacho ¿qué es lo que llevas en ese costal?” y el joven se quedó pensando “¿qué tal si le digo la verdad, y me pide una manzana y qué tal si esa manzana resulta ser la manzana de la curación?” Así que decidió mentir – “colitas de rana, señora” – respondió. La mujer profundizó un poco su mirada y muy bajito, como para que nadie la escuchara, susurró: “que así sea”.
El muchacho siguió su camino, llegó a palacio, lo dejaron pasar donde estaba la princesa y la corte entera, pero al bajar el costal, lo sintió un tanto diferente y al abrirlo ¡Ni una sola manzana! ¡Colitas de rana! El rey no estaba para bromas, de modo que ordenó que le dieran cien azotes a ese joven que se atrevía a burlarse de la princesa, de él y de su dolor. El muchacho con dificultad para caminar, con la espalda sangrando y el rostro contraído de dolor, regresó a su casa y contó la historia.
Pero al cabo de unos días, el padre fue ahora con su hijo de en medio y le dijo: “hijo ¿por qué no llevas manzanas a palacio?, siempre has tenido buena fortuna, quién sabe, tal vez alguna sea la manzana de la curación y podamos cambiar el triciclo por carruaje”
El muchacho, que no tenía compromiso alguno, lo pensó menos, fue al huerto de manzanas llevando dos costales, ya que había aprendido de la experiencia de su hermano y pensaba que mientras más manzanas llevara, más oportunidades tendría que alguna fuera la manzana de la curación. Llevaba manzanas maduras, pero también manzanas verdes, incluso manzanas ya pasadas, juntó todas las que pudo, cargó al burro con los dos costales; y ahí iba rumbo a palacio, cuando en el camino se encontró con la vieja mendiga, que se le quedó mirando – con esa mirada que tienen las ancianas – y le preguntó: “hermoso muchacho ¿qué es lo que llevas en ese costal” y el joven se quedó pensando “¿qué tal si le digo la verdad y me pide una manzana y qué tal si esa manzana resulta ser la manzana de la curación.” Así que decidió mentir – “cuernos de conejo, señora” – respondió. La mujer profundizó un poco su mirada y muy bajito, como para que nadie la escuchara, susurró “que así sea”.
El muchacho siguió su camino, llegó a palacio, lo dejaron pasar donde estaba la princesa y la corte entera, pero al bajar el costal, lo percibió un poco distinto y al abrirlo ¡Ni una sola manzana! ¡Cuernos de conejo! Y el rey que no estaba para chistecitos ordenó furioso que le dieran doscientos azotes a ese joven que había venido a reírse de la desgracia ajena. El muchacho apenas pudo caminar, con la espalda aun sangrando y llanto de dolor en los ojos, regresó a su casa y contó la historia.
Pasaron algunos días y esta vez fue el hijo más pequeño el que fue con su padre diciéndole: “padre, permite que ahora sea yo quien lleve manzanas a palacio, ¿Quién sabe? Tal vez sea yo quien sane a la princesa.” Pero el padre se negó, se sentía profundamente culpable del sufrimiento de sus otros dos hijos, sin embargo, el más pequeño insistió e insistió y dicen que tanto va el cántaro al agua hasta que lleva manzanas.
El joven se dirigió al huerto y pensó “me han dicho que es LA manzana de la curación, ¿qué sentido tiene llevar muchas? Con la adecuada es suficiente”, de modo que buscó la más hermosa, la más brillante, la más jugosa, la más aromática, la que se antojaba con sólo mirarla, tomó esa manzana, la limpió contra su brazo; y ahí iba rumbo a palacio cuando en el camino se encontró con la vieja mendiga, que se le quedó mirando – con esa mirada que tienen las ancianas – y le preguntó: “hermoso muchacho ¿qué es eso que llevas en la mano?” a lo que el muchacho no tardó en responder “La manzana de la curación, señora. Voy a palacio, donde la princesa sanará con sólo probarla; ya que en algún tiempo se casará conmigo y es que aunque usted no lo sabe, justo ahora está hablando con el próximo rey de este reino”
Fue entonces cuando – sin pensarlo – vino a mi mente aquel deseo de mi corazón.
Pude verlo logrado clara y brillantemente, pude escuchar los sonidos de su realización vibrantes y armónico y comencé a sentir en todo mi cuerpo las sensaciones de alegría y bienestar de un sueño cuando florece. Así que te invito, a que antes de escuchar la respuesta de la vieja mendiga, traigas a tu propia mente, lo que vas a ver cuando lo logres, lo que escucharás cuando lo conviertas en realidad, lo que sentirás en tu cuerpo y en tu piel cuando tu propio sueño florezca.
Y con eso en la mente. Observes a una anciana en el camino, que te mira del modo que miran las ancianas y muy bajito, como para que nadie lo escuche te dice “así sea”
¡Así sea!
