La gerencia femenina

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Palabras Claves: mujer, empresarial, gerencia, liderazgo

Eunice Hoyos, nueva gerente general de una compañía fabricante de productos de belleza, decidió compartir con su amiga Paula, consultora de personal en un canal de televisión, sus preocupaciones de trabajo. El cruce de mensajes electrónicos, suministrados por ella, es en resumen el siguiente:

—Como sabes, esta es mi primera experiencia en estos niveles de gerencia. Tengo a mi cargo tres subgerentes muy distintos, uno muy antiguo y los demás con una experiencia promedio de tres años en esta empresa. Es la primera vez que ellos son dirigidos por una mujer y he observado distintas formas de aceptar mi presencia allí, aunque ninguna reacción abierta u hostil. Solo que me parece que no hacen nada de
lo que les digo, y más bien los descubro inventando excusas y dando explicaciones que no vienen al caso. Después de tres meses, en el fondo siento que hay una rebeldía invisible contra mis decisiones y ya me empiezo a sentir preocupada por ello.

—No me parece nada raro lo que me cuentas —respondió Paula—. Antes al contrario, creí que el alboroto iba a ser mayor: tú eres un poco intensa y fuerte, y los hombres no suelen aceptar a las mujeres mandonas. Y reaccionan de inmediato, abierta o solapadamente, como si estuviéramos suplantando ese papel que a ellos les gusta. Tienes que ir con calma.

—Sí, pero la junta directiva ya me está exigiendo resultados inmediatos. El balance de este mes no he podido cuadrarlo bien y estos señores no miran sino por esa ventana. ¿Cómo puedo transmitir esta preocupación a mis empleados sin que la presión hacia ellos los vuelva más ariscos?

—Creo que tienes que equilibrar bien tu forma de ser, tratando de no imitar a los hombres. La mayoría de ellos son competitivos y guerreros, protegen sus territorios y cualquier invasión en sus funciones es percibida casi como un ataque personal. La administración ha cambiado mucho en estos años, pero en nuestros países hay rasgos de esa forma de ser de los ejecutivos heredada de sus etapas machistas. Como de ellos se espera que sean combativos y racionales, las mujeres no podemos actuar en la misma forma. Las armas femeninas son diferentes, como la capacidad de expresar sentimientos. Alguien decía que la masculinidad está orientada a la solución de problemas, en tanto que la feminidad es emotiva, porque incluye la preocupación por el bienestar de los demás y la unión de los grupos. Piensa en eso.

—¿Sugieres que debo mostrarme débil para estimular en ellos su necesidad de protección y apoyo?
—No, no se trata de eso. Simplemente consiste en establecer una comunicación con ellos en la cual se note tu competencia profesional, pero al mismo tiempo unas palabras suaves para bajar el tono de la disciplina y la autoridad. Tampoco se trata de seducción, eso es otra cosa, sino de relaciones entre adultos en torno a propósitos y metas. Poner la meta en el centro de la discusión de un grupo, o de dos adultos, puede disminuir el estrés y transformarlo en trabajo positivo sobre los hechos y no sobre sentimientos.

—Hablando de seducción, algo me pasó el otro día. Salí con el socio principal de la empresa para visitar a unos clientes en otra ciudad, y desde el principio empezó a coquetear conmigo. Me elogió el vestido que llevaba, me llenó de detalles, se ocupó con cuidado de mi equipaje, me hablaba de cómo le gustaban las rubias y al final me sugirió que, después del trabajo, había la posibilidad de ir a divertirnos afuera un poco. Era la primera vez que me sucedía algo así. Por la noche, antes de la cena, simulé una fuerte jaqueca y me retiré a mi habitación del hotel tan pronto como pude. Estaba aterrada de que pudiera hacer ese tipo de camaradería con uno de mis jefes.

No sabía cómo manejarlo.
—No me extraña nada lo que me cuentas, Eunice. En primer lugar, porque eres una mujer separada y además hermosa. En segundo lugar, creo que en toda oficina donde trabajan juntos hombres y mujeres, el contacto visual suele ser algo frecuente y se produce en forma natural. Nosotras, porque algunos hombres nos parecen apetecibles, y ellos porque no ven el momento de ejercer su derecho de seducción sobre nosotras sin importar las consecuencias que ello tenga en el trabajo. Pero, si no hay una clara delimitación de espacios, los compromisos sexuales deterioran una relación de trabajo, por más perfecta que sea. Salvo las incompetentes, que por necesidad muchas veces se dejan cautivar por los que tienen el poder; pero en muchas sumisas también hay la idea de mantener el empleo aunque se tenga que pagar el precio de la promiscuidad. Cada día eso ocurre menos, pues la selección por capacidades (meritocracia real) y el requerimiento por los resultados eficientes, esclarecen y limitan esas ambigüedades sexuales en el trabajo.

 

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