Palabras Claves: reflexión, madres, familia, abandono
Una madre confundida se acercó al consultorio de una Trabajadora Social y le expuso su problema.
—Mi hija llegó a este mundo de manera normal, pero yo tenía que trabajar, tenía muchos compromisos. Mi hija aprendió a comer cuando yo menos lo esperaba; dijo sus primeras palabras y no las escuché; aprendió a atarse los zapatos porque otras personas se lo enseñaron y, a medida que crecía, ella me decía:
—Mami, algún día seré como tú. ¿A qué horas regresas a casa?
—No lo sé, mi amor —yo le respondía—, pero cuando regrese jugaremos…, ya lo verás.
Pero mi hija, al cumplir sus diez años, me dijo:
—Gracias por la muñeca, mami. Está muy linda. ¿Quieres jugar conmigo?
—Hoy no, hija mía, que tengo mucho que hacer —le respondía.
—Está bien mami, otro día será —y se iba sonriendo, pero siempre en sus labios tenía estas palabras—: yo quiero ser como tú. ¿A qué horas regresas a casa?
Mi hija creció, fue a la universidad y regresó de allí convertida en una bella y talentosa profesional.
—Hija, estoy muy orgullosa de ti —le dije—. Siéntate y hablemos un poco.
—¿Sabes mamá? Hoy no puedo, tengo algunos compromisos; más bien por qué no me prestas tu auto para ir a visitar a unos amigos.
—Ahora estoy jubilada —prosiguió diciendo la señora a la profesional que la escuchaba—, mi hija está casada y vive en un barrio cercano. Hoy la he llamado.
—Hola, mi amor, quiero verte.
—Me encantaría, mamá, pero es que no tengo tiempo…; tú sabes, el trabajo, los niños, la casa…; pero gracias por llamar, fue estupendo hablar contigo.
Así finalizó la señora su conversación con la profesional, quien le preguntó enseguida:
—¿Qué aprendió usted de su hija con esa última llamada?
—Al colgar el teléfono me di cuenta que mi hija había cumplido su deseo: ella era exactamente como yo.
