El valor del trabajo

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Palabras Claves: reflexión, autorrealización, trabajo, mujer

Estela se levantó ese día más temprano que de costumbre. En la clínica donde trabajaba, se realizaría una conferencia-desayuno con un especialista en recursos humanos quien tocaría el tema del valor del trabajo. Como su jefe estaba en un congreso de actualización por un par de días, aprovechó para asistir al evento.

Efectivamente, allí estaba ella, con otras compañeras, tomando nota de todas aquellas investigaciones y teorías acerca de la importancia del trabajo que hace la gente. Entre otras cosas, se habló de la motivación para trabajar y de todas las satisfacciones que hacen que las personas se sientan verdaderamente útiles; el nombre que el conferencista le daba a este sentimiento de felicidad en el trabajo era el de «autorrealización».

Hubo muchas preguntas e inquietudes acerca de si el trabajo es alienante o enaltecedor, mientras ella observaba silenciosa a sus compañeras y reflexionaba sobre el tema. Estela siempre había querido estudiar medicina, pero, viviendo en una pequeña localidad e hija de un farmaceuta no muy pudiente, se privó de entrar a la universidad. Luego de su bachillerato estudió entonces en su pueblo algunos cursos de mecanografía y algo de sistemas; inclinada por su vocación, igualmente aprendió primeros auxilios, socorrismo y atención de partos.

Uno de sus tíos que vivía en la capital los visitó cierto día, y se interesó por el futuro profesional de Estela. Gracias a su oficio de visitador médico, tenía muy buenas relaciones con profesionales de la medicina y podría conseguirle algo a su sobrina; se ofreció además para que viviera en su casa con su esposa y sus dos hijas mientras ella se podía independizar. Así sucedió y pronto Estela estaba trabajando en la gran ciudad, en un notable centro médico, con un oncólogo joven pero de muy alto reconocimiento por su profesionalismo y seriedad.

Algo que le impresionó a Estela en la entrevista de selección con su jefe fue una imagen de Cristo, en una sala de cirugía, guiándole la mano con cuidado al cirujano que operaba. Este dibujo estaba detrás de la silla del oncólogo. Ella pensó: «Si este doctor no se cree dios, sino que cree en Dios, es porque es humano y no solo debe ser buen médico sino muy buen jefe». Inmediatamente puso todo su empeño en salir bien de su entrevista, y muy pronto comenzó su tarea de secretaria.

Al terminar la conferencia-desayuno, Estela abrió el consultorio y comenzó sus tareas cotidianas. Lo primero que hizo fue llamar a cada paciente y recordarle su cita para el lunes de la semana siguiente, al regreso de su jefe. Cuando fuera el caso, les preguntó cómo se habían sentido y si habían realizado su terapia en el centro de oncología. Luego extrajo de un cajón una tarjeta de cumpleaños destinada a un niño paciente del oncólogo que hacía tres años había superado una leucemia: le envió un saludo de su médico y firmó como su asistente.

Enseguida revisó las cirugías programadas de la semana, confirmó todos los protocolos en la clínica incluyendo comunicarse con Anestesiología para programar las citas de los que iban a ser operados. Uno a uno los pacientes recibieron la llamada de Estela, quien les daba las indicaciones de los procedimientos, les deseaba mucha suerte, y hablaba con los familiares para hacer algunas recomendaciones sobre cómo tranquilizarlos antes de la cirugía. Después del almuerzo, hizo algo de archivo, organizó las historias clínicas, revisó la facturación y los cobros a las aseguradoras a fin de tenerle en claro a su jefe el estado de cuentas al cierre de mes.

Estela salió mucho más tarde de lo habitual, tomó el autobús, hizo un poco de compras en el supermercado y finalmente llegó a su pequeño apartaestudio cerca de la clínica. Puso un disco que le agradaba, mientras cortaba un poco de fruta y disponía la cena. En ese momento rememoró la charla de la mañana y empezó a comparar las palabras del conferencista con todo lo que ella había realizado durante el día. Por una extraña razón, sintió que un cálido rubor le cruzaba por las mejillas mientras se decía:

«En realidad, cómo me siento de bien haciendo lo que hago; ¡esto debe ser lo mismo que ese señor denomina autorrealización!».

 

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