Palabras Claves: reflexión, metas, sueños, perseverancia, constancia, arrepentimiento
A mi abuelo lo vi distinto aquel día. Tenía la mirada enfocada en la distancia, casi ausente. Tal vez presentía que era el último día de su vida. Me aproximé y le dije:
—¡Buenos días, abuelo! —Él sonrió y me extendió su mano en silencio. Me senté junto a su sillón y después de unos instantes, un tanto misteriosos, exclamó:
—Hoy es día de inventario, hija.
—¿Inventario de qué, abuelo? —pregunté sorprendida.
—El inventario de las cosas perdidas. Siempre tuve deseos de hacer muchas cosas que nunca hice, por no tener la voluntad suficiente para sobreponerme a mi timidez o mi desgano. Por ejemplo, recuerdo aquella chica que amé en silencio por cuatro años, hasta que un día se marchó del pueblo sin yo saberlo. También estuve a punto de estudiar ingeniería, pero no me atreví. No olvido aquellos momentos en que le hice daño a otros por no tener el valor para decir lo que pensaba o para perdonar. Otras veces en que me faltó entereza para ser leal. Y le he dicho muy pocas veces a tu abuela que la quiero con locura. Tantas cosas no concluidas, hija, tantos amores no declarados, tantas oportunidades perdidas.
Luego, su mirada se hundió aún más en el vacío, me pareció que se le humedecieron sus ojos, y terminó diciendo:
—Esta es la revisión de mi vida, es decir, el inventario de las cosas perdidas. A mi ya no me sirve, a ti sí. Te dejo este ejercicio como regalo para que puedas hacerlo a tiempo.
Al día siguiente regresé temprano a casa después del entierro del abuelo, para hacer con calma mi propio inventario de las cosas no dichas, de los afectos no manifestados y las metas por cumplir.
