El hombre y el delfín

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Palabras Claves: reflexión, humildad, amistad

El hombre y delfín habían sido amigos por largo tiempo.El hombre había vivido cercano a la playa, le gustaban los colores del mar, el sonido de las olas rompiendo contra la arena, el canto de las gaviotas, el mecerse de los barcos, la sensación maravillosa de aventarse al agua y el delicioso aroma a sal y humedad.

El delfín nació mar adentro, sin embargo le fascinaba la vista de la playa, las palmeras, el color del monte, el canto de la brisa entre los árboles, el afanoso movimiento de mujeres y hombres, el aroma a tierra, a montaña y a café.

Se habían conocido de niños, habían jugado y reído juntos en la orilla de la playa, así que sin demasiado esfuerzo, con el tiempo y el cariño cada uno aprendió a hablar el lenguaje de su amigo y se fueron contando todo. Compartieron pasatiempos, alegrías, tristezas, fueron creciendo y la charla fue cambiando, ahora eran sueños, amores, miedos, esperanzas. La plática cambió y la amistad – igual que ellos – también creció.

Y creciendo, creciendo, llegó el día en que con nostalgia anticipada tuvieron que despedirse. El hombre se iba a estudiar a la ciudad cercana, quería ampliar su mente, conocer de técnica, de arte, aprender ciencia, ética, filosofía. El delfín quería recorrer los océanos, descansar en mar abierto, visitar arrecifes, asombrarse en las profundidades submarinas. Charlaron largo antes de partir y se comprometieron a reencontrarse cuando la luna estuviera llena, al inicio de la primavera, dentro de cuatro ciclos.

El tiempo transcurrió luna tras luna como siempre lo hace, a veces en galopante carrera y otras como no queriendo, muy despacito. Cuatro ciclos pasaron y en la orilla de la playa se reencontraron, al inicio de la primavera, cuando la luna se llenó. Poco a poco se fueron poniendo al día, pero la charla no tardó en convertirse en discusión cuando hablaron de los grandes méritos de la sociedad humana y de la comunidad delfínica. Cada uno comenzó a defender lo suyo.

“No hay mérito más grande sobre el planeta que los logros del Hombre” decía el muchacho “Somos la cúspide de la evolución, la cima de la creatividad…” pero no podía terminar cuando el joven delfín lo interrumpía “Estás tan equivocado. No hay seres más dotados que nosotros, somos los verdaderos reyes del planeta, inteligentes, felices, osados ¡libres!”

Y cada uno trató – con todos sus argumentos – de convencer al otro. El hombre habló de los méritos del avance tecnológico, del conocimiento de otras galaxias, de música y literatura, del arte de oriente y occidente, de la grandeza de hombres y mujeres como Newton y Einstein, de Aristóteles y Cervantes, de Miguel Ángel y Van Gogh, de Mozart, Beethoven, hasta de Gandhi, Jesús y Buda. Pero el delfín no se dejaba convencer, acaloradamente refutaba cada afirmación con otra igual de certera, ¿Qué bien habían hecho los hombres si ni siquiera eran capaces de disfrutar el día a día? ¿Qué tan grandes podían ser si habían olvidado el encanto de la vida simple? ”Eso que los delfines no sólo sabemos si no vivimos permanentemente” declaró contundente. Largo tiempo llevaban discutiendo dando vueltas y vueltas sin sentido.

Y cuando cayó la tarde, los miraron. Un niño y un pequeño delfín jugaban a unos cuantos metros. Los viejos amigos suspendieron la disputa y asombrados observaron lo que ahí pasaba.

La risa del niño era música de Bach y el delfín jugaba envuelto en las caricias de tan deliciosa melodía. Los movimientos del delfín eran la libertad del mar y el niño sonreía en el encanto del momento presente. La poesía de Rumi describía la escena, los trazos de Da Vinci explicaban su funcionamiento, las ideas de cada filósofo griego surgían de su juego, cada avance de la ciencia se podía descubrir en el delfín-niño, en el niño delfín.

Y al mismo tiempo sólo eran brillo de sol, agua en movimiento, aire fresco, arena, profundidad, amplitud. El hombre y el delfín guardaron silencio. El delfín y el hombre los miraron sonrientes por largo rato. El par de amigos nunca lo olvidaron. La escena y el aprendizaje fueron de esos que acompañan para siempre. Y ahora, cada que pueden se reúnen nuevamente, charlan largo y tendido pero nunca se despiden sin jugar nuevamente, sin sentir el gozo sin palabras que brinda la amistad verdadera entre hombre y delfín.

 

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