Palabras Claves: madre, mujer, familia
Cuando Ana fue a renovar su licencia de conducir, le preguntaron cuál era su profesión. Ella dudó un instante, no sabía bien cómo llamarla.
El funcionario insistió:
—Lo que le pregunto es si tiene un trabajo.
—¡Claro que tengo un trabajo! —exclamó Ana—. Soy madre.
—Nosotros no consideramos «eso» un trabajo —repuso el empleado sin
inmutarse—. Voy a escribir que es «ama de casa».
Elena, una compañera de trabajo, supo de lo ocurrido y se quedó pensando en ese episodio por algún tiempo. Cierta vez ella se encontró en idéntica situación. La persona que la atendió era una funcionaría de carrera, segura y eficiente. El formulario parecía enorme e interminable.
Obviamente que la primera pregunta fue:
«¿Cuál es su ocupación?».
Elena pensó un momento y respondió velozmente:
—Soy «doctora en desarrollo infantil y en relaciones humanas».
La funcionaría hizo una pausa mientras la miraba con ojos desconfiados
.
Entonces Elena debió repetir lentamente lo que había dicho, enfatizando las palabras más significativas. Luego de anotarlo todo, la funcionaría se animó a indagar:
—¿Puedo preguntar qué es lo que hace… exactamente?
Sin la menor duda, pero con mucha calma, Elena respondió:
—Adelanto un programa a largo plazo, dentro y fuera de casa.
Luego, tomando aire, continuó:
—Soy responsable de un gran equipo y tengo en mis manos cuatro proyectos. Mi régimen es de dedicación exclusiva, con un grado de exigencia de catorce horas por día, y a veces hasta de veinticuatro horas.
A medida que iba describiendo sus responsabilidades, notó un creciente tono de respeto en la voz de la funcionaría, que finalizó el formulario sin hacerle más preguntas.
Al regresar a casa, Elena fue recibida por «su equipo»: una niña de trece años, una de siete y otra de tres. Subiendo al piso superior de la casa, pudo oír a su más nuevo proyecto, un bebé de seis meses, ensayando un nuevo tono de voz.
Feliz, Elena tomó el bebé en sus brazos y pensó en la gloria de la maternidad, en sus muchas responsabilidades y en sus horas interminables de dedicación… Mamá, ¿dónde están mis zapatos?… Mamá, ¿me ayudas con la tarea?… Mamá, el bebé no deja de llorar… Mamá, ¿me buscas después de la escuela?… Mamá, ¿irás a verme bailar?… Mamá, ¿me compras?… Mamá…
Sentada en su cama, Elena llamó a Ana y le dijo:
—Me pasó lo mismo que a ti en la oficina de licencias. Yo le dije a la funcionaría que en efecto yo sí era «doctora en desarrollo infantil y relaciones humanas».
—Entonces ¿qué grado le damos a las abuelas y a las tías? —le respondió Ana.
—¿Cómo te parece «doctoras sénior» o «doctoras asistentes»? Y todas las
mujeres, madres, esposas, amigas y compañeras, ¡doctoras en el arte de hacer la vida mejor…! En resumen, ¡especialistas en el arte de educar!
