Palabras Claves: reflexión, padres, amor
Dos hijos del duque montaban a caballo por la pradera, regresaban de la cacería y se dirigían al palacio para asistir a una elegante fiesta. En el camino uno de ellos miró a dos campesinos que, escondidos detrás de un árbol, lo miraban a lo lejos. El joven tuvo una extraña sensación y repentinamente detuvo la marcha para encaminarse hacia ellos, bajó de su caballo y jalado por una fuerza más grande que él, se hincó ante los pies de la pareja, besó sus manos y recibió su bendición antes de que los dos desaparecieran en el bosque. Cuando regresó, su hermano le preguntó:
—¿Qué hiciste con esos campesinos?
—Los fui a saludar y agradecerles. Dijo el joven.
—¿Agradecerles, qué? Sólo son campesinos, no tenías por qué arrodillarte.
Respondió el primero.
—Ellos son mis padres, los que me dieron la vida, tenía que agradecerles. ¿Por qué te sorprendes?
—Pensé que no sabías que fuiste adoptado por mi padre. Dijo el azorado hermano.
—Mi cabeza no lo sabía, pero cuando miré sus ojos, mi corazón me lo dijo.
—¡No tenías porqué agradecerles, mi padre te ha dado todo lo que necesitas!
Comentó molesto el hermano.
—Y siempre estaré infinitamente agradecido por ello, pero hay algo que él no puede ni podría darme jamás.
—Mi padre es muy poderoso, no hay nada que no pueda. Dime, ¿qué es eso que piensas que no podría darte jamás?
—Mi vida.
